Bandoleros, contrabandistas y aventureros son algunos de los nuevos compañeros de viaje de los González Errazkin a su paso por América.
Tras un año en la Guayana Francesa, donde Urko y Zigor asistieron a la escuela local sin saber una palabra de francés, la familia González Errazkin volvió al mar. Regresaron a las rutinas del barco, los estudios a distancia y los inevitables mareos de los primeros días. A pesar de las náuseas y las dificultades, cada escala —como la mágica estancia en el archipiélago de Los Roques— ofrecía un respiro. Allí, entre corales y cocoteros, la vida parecía tan idílica que casi se dejaron hechizar por la tentación de quedarse.
Pero la aventura no se detenía. En Venezuela y luego en Colombia, la familia vivió accidentes, fracturas, y hasta pinchazos con peces venenosos. A cambio, los niños se convertían en marineros experimentados, cada uno con su rol definido a bordo. La llegada a la Guajira, una región bella pero marcada por el contrabando y la miseria, les obligó a lidiar con realidades duras: armas, pobreza extrema y narcotráfico. Los wayúu, pueblo indígena del lugar, los acogieron con una mezcla de desconfianza y respeto, y les ofrecieron la hospitalidad... y alguna propuesta peligrosa que Santi supo rechazar con firmeza.
Al cruzar el Canal de Panamá, la familia vivió uno de sus episodios más tensos: una inspección de la DEA que casi los trata como narcotraficantes. Pero el susto no les impidió seguir adelante. En el Pacífico, conocieron a Alberto, un navegante argentino solitario que cruzaba océanos en una canoa tallada en un tronco. Su historia, una mezcla de locura y lucidez, dejó una huella imborrable en Santi, que nunca dejó de buscarlo durante el resto del viaje.
Años más tarde, desde su granja en la Pampa, Alberto reapareció con una voz tranquila y una filosofía de vida profundamente conectada con la naturaleza, la intuición y el silencio. Su carta, escrita desde las Marquesas y guardada como un tesoro por Santi, simboliza el espíritu que compartieron: navegar no solo como un desplazamiento físico, sino como un viaje interior. En este episodio, el océano se convierte en espejo, y la historia de un tronco flotando en la inmensidad nos recuerda que hay vidas que se escriben a contracorriente.
Créditos
Dirección: Jerónimo Andreu
Guion: Jerónimo Andreu y Alicia García
Narración: Ana Plaza
Voces: Enrique Martínez, Alejandro Blanco, Héctor Gómez, Erik Gatby y Jon Samaniego
Música original: Miguel Marcos
Diseño de sonido: Celso Arenal
Producción: Iván Pérez
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