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La ciudad de Santander se vio sacudida en 1988 por la acción de un violador y asesino en serie que sentía predilección por mujeres ancianas. Las víctimas, además de su avanzada edad, compartían el hecho de vivir solas y de tener costumbres bastante fijas. Se supo que el aessino, después de estudiarlas, les ayudaba a subir la compra al piso o les hacía pequeñas reparaciones domésticas.
Inicialmente, las autoridades se resistieron a admitir que había un criminal serial. Hubo familiares que reclamaron que se reconsideraran varias muertes de ancianas que inicialmente habían pasado como fallecimientos naturales y no lo eran.
Cuando se confirmó la existencia de este gerontofílico criminal, la Guardia Civil y la Policía Nacional se pusieron a trabajar de forma conjunta. La reciente colocación de una puerta blindada en casa de la última víctima resultó ser la pista clave que conduciría a conocer la identidad del asesino de ancianas de Santander.
Inicialmente, las autoridades se resistieron a admitir que había un criminal serial. Hubo familiares que reclamaron que se reconsideraran varias muertes de ancianas que inicialmente habían pasado como fallecimientos naturales y no lo eran.
Cuando se confirmó la existencia de este gerontofílico criminal, la Guardia Civil y la Policía Nacional se pusieron a trabajar de forma conjunta. La reciente colocación de una puerta blindada en casa de la última víctima resultó ser la pista clave que conduciría a conocer la identidad del asesino de ancianas de Santander.
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