Por Yaiza Santos
Después de constatar el estado de la filosofía contemporánea, incluyendo lo lozano que se ve en Oviedo Byung-Chul Han, pasó a lo serio.
No se llevará a cabo la reunión en Budapest entre Trump y Putin, y el Gobierno de Estados Unidos debería dar explicaciones más precisas al respecto. Por ahora, si la verdad es la apariencia, como decía Jean Genet en El balcón, el asesino ruso lleva la ventaja y sigue empeñado en su objetivo, aunque tampoco esté claro cuál es.
En cuanto a la propuesta de Sánchez sobre el cambio de hora, naturalmente nadie ha hecho caso ni hará al último de la clase. No hay evidencia científica de que cambiar la hora dos veces afecte al cuerpo de ninguna manera. Hijo de junio, prefiere el horario de verano, pero –ah, estas latitudes amables frente al trópico– también las estaciones.
El tema más importante del día, no obstante, son las memorias de Isabel Preysler, en las que incluye varias cartas de nuestro Mario Vargas Llosa. «Son mías y hago lo que quiero», explicó. Interesante asunto. La señora Preysler –mucho más inteligente, aguda, informada y culta de lo que su personaje ha hecho creer al mundo, observó– tiene razón: una carta es de quien la recibe, pero hay una zona de sombra respecto a lo que figura en ella. La ley de propiedad intelectual establece que si lo escrito en una carta es arte, regirá como cualquier otra obra de arte. Pero, ¿es arte lo que escribió aquel hombre enamorado, por muy Nobel que sea, "reinita de los delfines»? Por lo demás, zanjó, cuando alguien escribe, aunque sea una carta de amor, ya lo hace de alguna manera público.
Comentó ese burning paper que dibuja la personalidad de los que ganan más dinero –el capitalismo los quiere cabrones… y las mujeres también, acotó– y conminó a Santos, que llegó tarde, a hacer autoestop la próxima vez.
Y fue así que Espada yiró.
Bibliografía
- Michel Pastoureau, El cerdo. Historia de un primo malquerido. Confluencias, 2015
- Banda sonora
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