Hoy, junto a Jesús, de Bolskanumis, volveremos tratar el tema de la evolución del ejército romano.
A finales del siglo I a.C., la República Romana se enfrentaba a una serie de desafíos militares e internos que ponían en peligro su supervivencia: guerras civiles, legiones descontroladas y una inestabilidad constante. Augusto, el primer emperador romano, se enfrentó a un enorme desafío: unificar un ejército fragmentado y transformarlo en una fuerza capaz de garantizar la paz y la estabilidad del Imperio.
El encargado de acabar con ese caos y crear otra nueva Roma fue Augusto. Unificó las distintas legiones y las sometió a una disciplina férrea. Los soldados ya no eran ciudadanos que servían por un tiempo limitado, sino profesionales que dedicaban gran parte de su vida al servicio militar. El ejército se hizo más grande y eficiente. Se crearon nuevas unidades auxiliares, compuestas por soldados reclutados en las provincias, lo que permitió a Roma expandir su dominio y controlar vastos territorios.
Augusto estableció un vínculo personal con sus soldados, convirtiéndolos en leales defensores de su régimen. Les otorgó tierras y privilegios, originando un fuerte sentido de lealtad hacia el emperador. Las reformas de Augusto sentaron las bases del ejército romano durante siglos. Gracias a ellas, Roma pudo mantener la paz y la estabilidad en el Imperio, fomentando el comercio y la cultura. Además, el ejército romano se convirtió en un símbolo de poder y prestigio, proyectando la influencia de Roma por todo el mundo conocido.
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