Me sorprendió ver el parque de la infancia convertido en plaza pública. La banca donde nos veíamos seguía ahí.
Treinta años para volver a vernos, fue la promesa. De a poco fueron llegando: Miguel, siempre puntual, fue el primero. Luego Jorge y el Petiso. Alberto, Carlos y el negrito Fontana. Muchos abrazos, muchas bromas.
Como siempre el Pincha fue el último. Bajó apresurado de un auto elegante con su remera deportiva y su balón. Qué rara sensación imaginar en este grupo de padres de familia y profesionistas serios a aquellos chicos despeinados y sucios que se tomaban tan en serio el juego. El momento triste fue cuando Miguel sacó de entre sus cosas una foto mía y emocionado me dedicó una oración.
Todos guardaron silencio. Me hubiera gustado tanto que supieran que estaba ahí, que había llegado a la cita. Pero invisible me senté en la vieja banca, justo al lado de mi retrato, para disfrutar del juego que ya estaba a punto de comenzar.
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