El jingle navideño que nos taladró la cabeza
Hoy les tenemos una historia de música, de voces que nos suenan muy familiares, pero no sabemos de quién son. Haciendo este episodio pensé en lo mucho que ha cambiado la televisión en los últimos 15 años, más o menos. Antes, veíamos televisión de otra forma. En mi época, los televidentes estábamos absolutamente pegados a la pantalla, no nos podíamos mover, pero no era como la adicción que hoy tenemos al teléfono, era más un miedo enfermizo, delirante: Si usted se para a hablar por teléfono, o si llega tarde a la casa, o se le olvida, y se pierde ese capítulo de la novela, usted nunca lo va a poder volver a ver. Nunca. Porque ese episodio no lo repiten, el de mañana será otro, como lo fue el de ayer. Y lo más probable es que usted no grabó ese episodio que se acaba de perder, ni en VHS ni en Beta, porque se supone que uno los puede programar para que graben solos, pero eso nunca funciona bien. Antes, ver televisión era una cita. Un compromiso. Eso hacía que la experiencia de ver televisión fuera un deporte extremo. Nadie estaba haciendo otra cosa. Nadie leía, ni hablaba con nadie. Nadie se paraba al baño. A la novela no se le podía poner pausa. En mi casa, por ejemplo, era muy normal cuando se iban a comerciales que mi hermana saliera corriendo al baño, o a tomar agua o lo que fuera, y yo me quedaba atento, listo para alertarla “siguió” y mi hermana volvía corriendo a sentarse a mi lado para seguir viendo el programa. No avisarle que el programa seguía era traición. Porque cada segundo contaba. Uno no sabía de lo que se podía perder.Por eso los comerciales de los años 80 y 90 se nos grabaron, como si fueran las canciones de nuestros grupos de música favoritos. Porque nos decían cuándo llegaba la navidad, cuando era hora de lavarse los dientes y acostarse a dormir, cuando llegaba la época de comprar los útiles del colegio, y así. Los comerciales eran la verdadera banda sonora de nuestras vidas. Estoy seguro de que a este punto ya se acordaron de varios.